lunes, 7 de junio de 2010

EXPLORADORES

 

TEXTO: Miquel Farriol
LECTURA: Julián Gijón

Esta es una de esas historias que nadie sabe si fue verdad o un canto de buhoneros que se ha transmitido a través del tiempo convirtiendo una realidad mundana en una historia épica llena de romanticismo.

Yo, la contaré como me la contaron. O como mi memoria la recuerda.

Los exploradores llevaban tiempo descendiendo por aquella angosta escalera que viraba siempre a la derecha en una estrecha espiral. El giro era tan cerrado que apenas podían ver un par de escalones antes de que la penumbra los devorara. La luz de sus antorchas se frenaba entre la curva de la pared y el techo que se hundía paralelo a los escalones.

Cuando emprendieron el viaje eran conscientes de que este iba a ser largo y tormentoso, y que el riesgo estaría presente en muchos rincones. Durante el trayecto, siempre fueron forasteros y como a tales, las gentes que encontraban a su paso, siempre les devolvían miradas de recelo.

Si caían simpáticos, algunas veces eran invitados a haciendas de algún personaje renombrado, donde despertaban curiosidad y se les veía como bufones divertidos y grotescos. Igual que una de esas cosas que produce rechazo pero que no puedes dejar de mirar.

Les ofrecieron tratos, consejos y acuerdos con el fin de aprovechar el vigor que los exploradores transmitían. Pero ellos siempre decían que había que ir más allá, tras las últimas montañas. Entonces los acuerdos se enfriaban y los consejos se convertían en coacciones, pues nadie estaba dispuesto a arriesgar su estatus y añadirse a la caravana de insensatos.

De vuelta al camino, los nómadas, afrontaban en soledad las penurias y calamidades con el mayor de los ánimos. Aunque algunos flaquearon y finalmente tomaron el camino de regreso a casa.

A pesar de la opresión que se respiraba en la escalera de caracol, los ánimos eran buenos y los hombres se motivaban unos a otros seguros de que el fin del descenso estaba cerca.

Según sus mapas y siguiendo las indicaciones de algunos funcionarios con los que tramitaron visados y permisos, allí estaba la morada de los Guardianes de la Llaves, Señores de los Cien Reinos que salvaguardaban el equilibrio y la armonía entre tierras fronterizas.

La gran sala se abrió de repente frente al primero de la comitiva, dejándolo aturdido.

Después del pesaroso descenso por la estrecha escalera, ante ellos, una fría estancia de medidas imponentes se mostraba intimidante.

Al fondo, ante los recién llegados, una tarima con columnas y cortinajes elevaban del suelo un gran escritorio tras el que se percibían siluetas acomodadas en tronos.

El portavoz de los viajeros se adelantó unos pasos, acercándose a la plataforma y se inclinó ante ella. En su corazón sentía un gran alivio, la grata sensación del trabajo bien hecho. Después de varios años de peregrinaje, aquel día, por fin, llevaría su mensaje a quienes podían propagarlo y darle sentido y cuando le otorgaron la palabra se obligó a mantener la calma para no atropellarse con su ímpetu.

Los Virreyes escucharon con la sonrisa torcida cada una de las propuestas, que antes, sus lacayos, ya les entregaran en varios pliegos de papiros.

Sabedores de las intenciones de los exploradores, les escucharon corteses, pero con una decisión tomada en cónclave secreto y que no estaban dispuestos a discutir. Así. Prudentes ante la posibilidad de que los forasteros se enfadasen y montasen un escándalo, o quien sabe, hasta una revuelta, habían planificado un cuidadoso plan para dividir y menguar sus fuerzas.

Cuando expusieron los términos del acuerdo, los viajeros se miraron confundidos, aquellos tipos eran listos, y se notaba que habían trabajado a fondo las cláusulas del contrato. En él no había fisuras y no dejaba márgenes para enmiendas ni peticiones. Lo más duro era que se cercenaba el mensaje principal por otro adaptado al gusto de cada uno de los Señores y se les aconsejaba que a partir de aquel momento dejaran de predicar sobre tiempos modernos y cambiantes y que fuera mejor que actuaran con discreción y que se acomodaran en un rincón del enorme salón. Allí estarían resguardados, seguros y bien alimentados.

El portavoz de los viajeros no se humilló ante los jueces del escritorio. Con voz pausada volvió a su alegato principal y a la libertad de propagarlo entre aldeanos y granjeros, entre gentes de bien que no tienen porque permanecer en la inopia. Y que son merecedores de recibir su parte de los recursos que los Jerarcas administran.

El resultado de su insolencia fue terrible, los Guardianes de las Llaves, ofendidos, les dijeron que allí ya no había sitio para ellos, que las cosas no iban a cambiar y que tomarían represalias para que nadie les apoyara ni les diera cobijo.

Decepcionados y exhaustos, los exploradores, volvieron la vista atrás. La angosta escalera se retorcía ante ellos como una negra boca que devoraba todo el esfuerzo realizado. Si regresaban, todo habría sido en vano y nada cambiaría en sus aldeas.

Tras la gran escribanía que se alzaba en el pedestal, un portón de gruesos tablones y ornamentos de hierro permanecía cerrado con un cerrojo. Los cortinajes y terciopelos que se descolgaban de las columnas casi lo ocultaban del todo, pero la trémula luz de los candelabros lo iluminaba en parte, llamando la atención de los viajeros que preguntaron a donde conducía.

- Nadie lo sabe.- Contestaron los apoltronados mecenas- No se debe abrir, siempre a estado cerrada.

- ¿No os interesa lo que se oculta tras estos muros?

- Puede ser peligroso. Los que llevamos tiempo aquí sabemos que no es conveniente jugarse el tipo sin tener unos buenos agarres que aseguren los dientes- Contestó el que parecía el Sacerdote Mayor- No es bueno provocar a lo desconocido.

- ¡Yo la abriré!- Se exaltó uno de los viajeros.

- Si lo hacéis os negaremos el derecho a volver. Estaréis solos a perpetuidad frente a lo que acontezca y no recibiréis ayuda, ni ningún tipo de compasión si los abismos se abren bajo vuestros pies. ¿Comprendáis lo que os digo? Si atravesáis esa puerta ya no podréis volver atrás.

Yo lo cuento, como a mí me lo contaron aunque, tal vez, solo sea un cuento de gárgolas o los delirios de un escribano caído en el olvido. En todo caso, la historia aún no tiene fin. Los viajeros, se dice que; abrieron la puerta, desoyendo las injurias de los Jefes de Sala y se encaminaron hacia un nuevo destino.

Aún hoy se recuerda como cuando les preguntaron por qué lo hacían. Contestaron.

- Somos exploradores.

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