martes, 10 de noviembre de 2009

HASTA QUE EL MOÑO LOS SEPARE.....

HASTA QUE EL MOÑO LOS SEPARE.
Los encargados de la floristería llenos de rosas, orquídeas,... ultiman los últimos detalles en los espacios precisos para adornar el lugar que, dentro de muy poco, dará comienzo el enlace. El fotógrafo, provisto de todo su equipo, comienza a dirigirse a casa del novio. El cámara y el ayudante le acompañan. Dejar constancia eterna del acontecimiento es algo fundamental. Los camareros, cocineros y músicos empiezan a llegar al restaurante. Preparar el banquete y la fiesta de todos los comensales será una pieza esencial para el éxito de tan dichoso día.

Josefina y Juan, ya en sus respectivos domicilios paternos desde el día anterior, han dormido por separado aunque no lo hacían desde hacía algunos años. La novia, futura esposa de Juan, ha dormido muy inquieta. Tal vez al dormir sola, Juan no la pudo relajar. Los nervios de los últimos meses, el estrés de la preparación de tantos detalles. Ser princesita por un día no es una empresa fácil y tiene un desgaste alto. No sólo de salud, sino también el económico, aunque éste cuente con el patrocinio económico de los sufridos invitados. Aunque estoy seguro que desearían un dolor ciático, de esos que te dejan clavado durante unos días, que el costoso acto social de una boda.
El vestido blanco y radiante, ya elegido con muchos meses de antelación. No importa el precio. El menú, mejor abundante: aperitivos selectos, marisco, pescado, carne, sorbetes y gran tarta nupcial. Regados con caldos y cavas del más alto nivel. Barra libre para que la alegría no cese en ningún momento. El coche ostentoso, por supuesto. Joyería a la altura del acontecimiento. Zapatos de cenicienta, aunque resulten caros, dolorosos y no se vean. Complementos varios y múltiples. Largos y extensos masajes y peelings previos. Múltiples sesiones para conseguir un moreno intenso y africano en sándwicheras infernales. Y el gran viaje, cuanto más lejos mejor. Lo importante es impresionar. Total, todo está patrocinado, no importa el coste.
Pero que despistado soy. ¡¡¡ Se me olvidaban los pelos de Josefina!!! La visita a la peluquería. Ya que sin unas buenas manos qué será de su moño. El peinado de este día será clave para que realce y magnifique la imagen de nuestra novia. Será el resultado final. Ella ya nos habrá visitado previamente. Nuestro asesoramiento será pieza imprescindible en su futura trayectoria para este gran día. Estudiar sus facciones, conseguir situar los volúmenes necesarios a su rostro, conjugar estilo con vestido…
Todo ello en pruebas previas, duras e indecisas, donde nuestra paciencia será puesta una vez más a la evidencia de nuestra capacidad de profesar nuestra función cotidiana. El momento ha llegado. La primera visita de Josefina, después de una intensa ducha en casa de mama, es a nuestro salón. Todo tiene que salir sobre lo previsto. La compañía de la madre, amiga, hermana,… también revolotearán por nuestro espacio donde comenzaremos el acto de construcción del moño, como si no tuviéramos bastante con las inseguridades y nervios acumulados de la novia.
Como podéis comprobar, en el coste económico de este día no se ha escatimado ningún gasto. Nuestra intervención, sin duda, será la guinda que adorne todo el acontecimiento. Entonces, yo me pregunto: ¿Hemos valorado realmente el precio que cobraremos a Josefina? ¿Nos dió miedo pedir el valor real cuando presupuestamos todo el proyecto que conlleva la realización de ese moño?,…
Cuándo vamos a ser valientes para valorar económicamente el precio real para que un trabajo de estas dimensiones tenga un coste real y justo. Todos los profesionales que intervienen en una boda se cotizan, en muchas ocasiones, fuera de un sentido real y honrado. Sin complejos ni manías. Y nuestras novias lo pagan gustosas.
¿¡Es que nosotros somos profesionales de segunda categoría o aún no hemos aprendido a valorarnos!? Pedir un precio justo, sin complejos ni miedos, será vital para que valoren nuestro asesoramiento, dedicación y profesionalidad.
Si no lo aceptan o lo encuentran caro, que el moño se lo haga el fotógrafo, el cocinero, la dependienta de la tienda de novias, la floristería, la agencia de viajes, el zapatero, el joyero, su madre, su tía, su hermana, su amiga o la peluquería que se sienta poca cosa para valorar su trabajo.
Sé que hay grandes artistas de la peluquería en España. Yo personalmente conozco a muchas de ellas que practican la valoración profesional. Aunque aún quedan muchas que no se cotizan a la medida de su valía y sufren la desvalorización de sus creaciones a sabiendas de que su participación es la más importante en un día tan especial.
Empecemos a actuar con consecuencia y valentía, y valorémonos como los profesionales que somos. Dejemos de ser los últimos de la cadena. Josefina y Juan a estas horas ya estarán, por fin, casados y juntos. Eso sí, “HASTA QUE EL MOÑO LOS SEPARE”.

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