HISTORIAS PARA NO DORMIR DE LA PELUQUERÍA CONTEMPORÁNEA
El sillón parlanchín
Primera parte
Muchos culos se han sentado sobre mi estómago tapizado de color azul. Ciertamente os diré que aunque parece piel, no lo es. Es poli piel, y da el pego. Con un simple trapo con agua me limpian aunque entre los recovecos de los pliegues os confesaré que guardo restos de pelos muy diminutos y partículas de lacas dosificadas de hace mucho tiempo.
Ni contaros de los apuros que paso con el acero inoxidable de mis patas, ya que nunca consigo que me tengan brillantes, y es que ahora no me limpian como antaño. ¡Aquello sí que era limpieza! Me frotaban tanto que hasta gusto me entraba. Pero por suerte o desgracia desaparecieron los aprendices de las peluquerías. ¿Y qué queréis que os diga? Ahora todo el personal de esta peluquería tiene título: champunier, colorista, recepcionista, estilista, y un montón de –istas más, ¡que yo me hago la palanca un lío! Y palabra, que lo veo bien y que incluso he ganado en prestigio. Yo, un sillón.
Aunque no puedo dejar de echar de menos aquellas generaciones de aprendices. ¡Pobres, sin horario ni casi sueldo!, y encima me tenían como una patena de limpio. Ahora los –istas, su principal objetivo del día es acabar a la hora justa, ¡y así cómo voy a estar yo brillante y lustroso!
Pero que torpe soy… llevo diez minutos hablando y aún no me he presentado. Soy el sillón que está en el segundo tocador entrando por la derecha. Os diré con orgullo que soy el preferido de Julián, y uno de los sillones más antiguos de su peluquería, aunque es mejor no hablar de años ya que es algo espinoso y motivo de miles de conversaciones que yo soporto de su diestra boca y nunca ha soltado prenda de los sillones que ha conocido.
Comparto espacio con once sillones más y nuestra convivencia dentro del salón no es fácil, ya que cada uno somos de una tapicería diferente. Eso sí, todos del mismo color, aunque tiempo tendré de presentaros a cada uno de ellos.
Este año pasado gracias a un curso que hice, de esos del fondo de la seguridad social que son gratuitos pero se pagan y nadie hace aunque las empresas de formación intentan llenarlos y nunca lo consiguen, he aprendido a manejar el ordenador y ya sé escribir. Pues ese mismo. Ningún –ista quería ir, así que me mandaron a mí. ¡Vaya subidón¡ se me ponen los pliegues de punta al pensar cuando llegué con mi título bajo el brazo y todos los sillones me miraban con cara de envidia, seguramente sana, no diré que no, pero envidia al fin y al cabo del esfuerzo ajeno.
El caso es que este año os explicare todo lo que pasa por aquí y todo lo que escucho de fuera, como todos los entresijos de los culos que recibo. Ahora os tengo que dejar, son las siete y media de la tarde y los –istas ya se marchan y me apagan las luces. Esta hora, cuando acaba el día, es la más eficiente. No sé si os pasa a vosotros. Es el momento en que no hay retraso en ningún sillón. Todos los trabajos se acaban a la hora prevista.
Además ahora cuando nos quedamos todos los sillones solos empezamos las clases de canto y música. Julián con tal de no pagar el nuevo impuesto revolucionario de los derechos de autor, nos va a poner a todos a cantar. Aunque este tema os lo contare con más detenimiento en el próximo número. Continuará…
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