Nos acercamos ya con paso firme y con la mirada puesta en el horizonte del final de este año 2011, un año de incertidumbre económica donde por una parte los políticos que dirigen el país intentaban eludir la palabra crisis, disfrazándola con guirnaldas de papel charol en colores esperanza y farolillos que desprendían pequeños destellos de luz que iluminaban a una borrasca, que por otra parte medios de comunicación, economistas y toda persona que analizase la situación sociopolítica a nivel mundial podía prever sin tener los dotes de la pitonisa Lola (la de las velas negras).
Hemos vivido una época, desde el 2001 cuando el atentado de las Torres Gemelas, donde un nuevo orden mundial se empezó a imponer y para mitigar su impacto empezó la fórmula de los intereses bancarios. Nunca endeudarse había sido tan barato. El pelotazo del tocho hacía nuevos ricos cada día y el consumo de bienes y de ocio crecía tanto ..tanto.. como el endeudamiento de las familias y sujetos de este país, que ya casi todos creíamos vivir en la magia interminable del mundo de Mary Poppins.
¡Que años más maravillosos!, donde ser paleta se cotizaba más que un cirujano; un electricista era considerado un iluminado; un fontanero tenía trato del capitán Nemo; un informático era buscado como a los dioses del Olimpo; los técnicos de los electrodomésticos, o “cambia piezas”, nos empezaron a enseñar que era más rentable comprar que reparar dado el volumen de sus minutas; cocineros que empezaron a tocar con las yemas de sus dedos el estrellato como auténticas estrellas mediáticas;…; y esto solo son algunos ejemplos de muchos oficios que empezaron a resurgir, aunque a todos había algo en común que los caracterizaba: las listas de espera, el precio hora, el tratamiento de usted, y si algo no estaba a tu gusto a la altura de la calidad exigida, callar y pagar, porque encontrar algo mejor o diferente sólo estaba al abasto de algunos pocos elegidos con el aura celestial.
Mientras todo esto pasaba en estos años de bonanza económica algunos oficios (pocos) se estancaban o daban marcha atrás. El nuestro, sin ir más lejos, aunque nos duela en nuestro orgullo profesional, no ha sido de los más favorecidos. Las causas yo creo que todos las sabemos. Me reitero a los artículos de esta misma revista durante este año de compañeras y compañeros que escriben muy sabiamente y con gran visión de los aciertos y desenfortunios de nuestra profesión, y de los míos propios, dando respuesta con objetividad, y en muchas ocasiones con dureza, pero siempre desde el cariño y el respeto que nos merece esta profesión.
Creo que está llegando el momento, con esta crisis que nos auguran hasta bien entrado el 2014, del resurgimiento de la peluquería española. La caída de bienes de consumo nos favorece: el que deje de ser un billete de avión a cualquier ciudad europea más barato que un servicio de peluquería nos hace más competitivos. Que la gente gestione mejor el poco dinero disponible les hará elegir un servicio con más calidad y una mejor durabilidad, ya que sus futuras visitas a los salones se verá reducida. Cuestión nuestra será estar a la altura de las nuevas demandas sociales que se están imponiendo. No todos tendremos cabida en este nuevo orden, como ya demuestra el cierre constante de muchos salones en nuestro país, pero los que consigamos sobrevivir un horizonte nuevo nos espera al final de esta crisis.
La duda en estas fechas de final de año es de sobra justificada. Con todo el remolino económico que azota nuestros negocios es humano hacernos la pregunta de si podemos subir los precios. No sólo podemos, DEBEMOS subir nuestras tarifas, sino el año que viene sería imposible mantener el nivel de calidad que nos exige el mercado debido a la constante inflación que estamos soportando, y la que nos queda por llegar. No subir los precios de los servicios es abaratarlos y por consiguiente bajar la calidad para que puedan salir las cuentas, lo que seria todo un error empresarial.
Reinventarnos a nosotros mismos y a nuestros locales es la primera fórmula.
Gestionar a nuestro estado de cuentas y recursos económicos de nuestros negocios, segunda fórmula.
Actuar con la cabeza, no con el corazón, al realizar nuestras compras y negociar con las casas comerciales o mayoristas para obtener un mejor trato comercial, tercera fórmula.
Sumar primero los costes de la calidad de nuestros servicios y aplicar después nuestro margen de beneficio para sacar el precio real que debemos tener para mantener nuestro nivel de calidad, cuarta fórmula. Si lo hacemos al revés: primero buscamos precio y después ponemos la calidad, difícilmente podremos aspirar a las fórmulas de progreso.
Y así, un sinfín de fórmulas para dar respuesta a esta crisis y salir de ella con la dignidad que nuestro trabajo merece.
Como veis hoy este artículo no es nada pesimista, sino todo lo contrario, y espero que el tiempo me de la razón. Cojamos con fuerza el timón empresarial y demostrémonos que:
“No sólo podemos. DEBEMOS”
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