viernes, 28 de enero de 2011
NI VIVO, NI MUERTO
AUTOR: Miquel Farriol
LECTURA: Julián Gijón
Hace días que me persiguen. Desde que dieron con mi última guarida me oculto en las calles menos transitadas, evitando las horas de luz, aliándome con las sombras vespertinas.
Sin equipaje, con lo puesto, busco una salida a esta situación de privaciones y angustia.
El metro de la línea siete frenaba su maquinaria al llegar a la parada bajo tierra. Por el rabillo del ojo vigilaba a dos individuos que bajaban por la escalera mecánica y que parecían interesados en mi.
Las puertas del vagón se abrieron expulsando aire caliente hacia el anden y me lancé de un salto a su interior. Los vanos se cerraron justo en el instante en que los dos hombres llegaban a su altura y golpeaban el cristal, llenos de fustración.
El tren se puso en marcha hundiendo su maquinaria en los negros túneles. Por esta vez, estaba a salvo pero estaba claro que debía abandonar la ciudad y buscar un lugar solitario donde recomponer mis ideas, trazar un plan y conseguir el equipo necesario para mi huida.
Tomé asiento en un extremo del vagón, alejado de los escasos viajeros, resoplando con alivio. Estaba agotado y necesitaba un respiro. Me puse a rebuscar en mi macuto y saqué un papel doblado que guardaba en uno de sus bolsillos, era un pasquín que ya amarilleaba y que tenía rozaduras en los pliegues. La foto en blanco y negro que había impresa era la de mi propio rostro un par de años atrás y el encabezado era demoledor:
“ SE BUSCA” – y al pié de página - “VIVO O MUERTO”- Y una cifra en euros que hacía el reclamo más que tentador.
No podía evitar una sonrisa cínica cada vez que contemplaba aquella hoja que ponía precio a mi vida, nunca pensé que yo valiese aquella fortuna. Le di la vuelta al papel y me abstraje de mi tragedia releyendo una y otra vez la palabra garabateada en el dorso con mala caligrafía; BOHEMIA.
Ya más relajado, guardé el folleto que me condenaba y cerré los ojos dominado por el cansancio. Dejaría que el tren llegase hasta el final de su recorrido, en las cocheras y luego volvería a la superficie, en la ciudad ya habría caído la noche, que guardaría mi espalda. Por ahora, descansaría un rato.
No recuerdo cuando empezó este desatino en que tipos como yo, empezamos a ser detenidos y retirados de las calles. En algún momento, la humanidad se infectó con un terrible virus que anulaba algunos de sus sentidos y los hacía inmunes a la compasión, a la empatía y a la creatividad. Sin aquella capacidad emocional, los bajos instintos, la desidia y otros defectos innatos de nuestra genética como la envidia y el egoísmo se apoderaron de las mentes bloqueando a las personas convirtiéndolas en infectos zombies que machacaban a los débiles e imponían su ley por la fuerza.
En el mundo ya no había sitio para el amor, solo la ambición cubría las expectativas de sus pobladores.
Los que por alguna extraña razón no resultamos contagiados, fuimos perseguidos, interrogados y puestos en listas negras. No era fácil ocultarse, aunque se intente, las emociones, los sentimientos siempre traicionan a sus máscaras y ya sea el brillo de una lágrima incipiente o una sonrisa contenida, acaban por delatar a los románticos.
Cuando el tiempo pasó, los zombies, tomaron el control absoluto imponiendo leyes más restrictivas. Los medios públicos y privados radicalizaron sus informaciones en busca de audiencia y beneficios, devaluando la moral y la ética. Las mentes se unificaban y la libertad se resentía. Valores antaño obligados en la conducta de los hombres, mutaban a formas dictatoriales que privaban de la necesidad de pensar por uno mismo y dócilmente acatar cualquier imposición gubernamental. Los artistas fuimos prohibidos y finalmente, ajusticiados. Éramos una casta peligrosa siempre haciendo planes, cuestionando la belleza de la vida y describiendo los sueños más inverosímiles.
Al final una ley marcial y el control mediatizo absoluto bastaron para someter a la mayoría de los humanos. Se restablecieron viejos roles, casi cavernícolas, dejando muy claros los límites y responsabilidades para con la sociedad, globalizando nuestras vidas en una burbuja de autómatas.
Un viejo amigo, pintor sin éxito, poco antes de ser arrestado me habló de un lugar donde unos pocos resistían. Aquel refugio acogía a gentes llegadas de cualquier punto del planeta y su enclave era un secreto muy bien guardado.
- Hoy he arrancado esto de una farola. Lo siento.
Mi amigo me entregó el papel donde se ponía precio a mi cabeza porque un día escribí unas líneas y algunos las leyeron. - Dale la vuelta- dijo el pintor – Y giré el cartel. Los trazos de un mapa conducían al lugar donde se refugiaban los huidos.
- Me voy a Bohemia, ¿Te vienes conmigo?
- Si, tío, vengo – Contesté con lágrimas en los ojos.
A él le detuvieron en un supermercado mientras compraba víveres para el viaje y yo me oculté durante días.
Aunque me persigan los necios y cientos de amorfos y desconsiderados zombies sin cerebro. Aunque me acorralen los egoístas que ambicionan mi energía, a pesar de tener que ocultarme al paso de radicales sordos o de tener que defenderme de hordas de apólogos de la incultura. Ni vivo, ni muerto, a mí no me cogerán.
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